PIES
Hacían estirar a la víctima en una camilla o en una superficie plana, con las manos atadas a los lados y los pies desnudos sobresaliendo del espacio. Un torturador empezaba a golpear las plantas de los pies con una vara de hierro durante un tiempo predeterminado y cuando se cumplía era sustituido por otro.
CABEZA
Se colgaba el detenido boca abajo, sin que pudiera tocar el suelo, lo que comportaba que su cuerpo estuviera continuamente en movimiento por los golpes que el torturador le iba dando. Al dolor físico se añadía el mareo y la acumulación de sangre en la cabeza después de un rato en esta postura.
SIERRA
Esta práctica era de las más sádicas. Se inmovilizaba al detenido junto a una sierra de cortar madera en funcionamiento y el torturador iba empujándole la cabeza en dirección a la sierra, como si quisiera cortarle. La angustia de verse tan cerca de la muerte provocaba un grave impacto psíquico.
COLGADO
Una de las prácticas más habituales en la comisaría era colgar al detenido con los brazos separados sin que éste llegara a tocar el suelo. El torturador se dedicaba a golpearlo en diferentes partes del cuerpo, en especial en las articulaciones, y un cuarto de hora después la víctima sufría un fuerte dolor.
BAÑERA
Con las manos atadas a la espalda, el detenido era sumergido a la fuerza en un cubo o barreño con agua que le cubriera la cabeza. Para obligarle a tragar el agua y hacerle creer que se ahogaría le golpeaban en los riñones con una porra o bastón. La sensación de asfixia era inmediata y la acción se repetía continuadamente.
SILLA
Se obligaba a la víctima a sentarse en una silla con las manos atadas detrás, a menudo con las esposas. Tras recibir golpes sin saber de dónde venían, el torturador subía la intensidad del dolor del detenido apoyando la rodilla sobre las esposas y forzando la tensión en las muñecas.
ESPALDA
Con las manos atadas delante, se tumbava al detenido sobre un taburete situado bajo la base de la columna. El torturador se dedicaba a golpear sistemáticamente el cuerpo con el sufrimiento añadido del detenido de intentar mantener el equilibrio en una base tan pequeña que le destrozaba la espalda.
LA ‘CIGÜEÑA’ Y LA ‘MOTO’
Ramon Morales no había cumplido los 18 años cuando la Brigada Político-Social fue a buscarlo. “Celebré mi cumpleaños en el calabozo de la comisaría”, ironiza. Explica que ya lo tenían fichado como activista político y que, a raíz de una manifestación celebrada en Mataró, en la Escuela de Formación Profesional Miquel Biada y organizada por la rama juvenil de CCOO, lo detuvieron en su casa. “Era el 8 de febrero de 1969 y nos detuvieron a trece personas. Primero nos encerraron en la prisión de Mataró y, posteriormente, nos trasladaron a la comisaría de la Vía Laietana”, relata. Morales recuerda con detalle las torturas que sufrió y menciona algunas que, de tan habituales, incluso tenían nombres propios. “A una de las más comunes la llamaban la cigüeña, porque te hacían agacharte y te esposaban por detrás de las rodillas en una postura que al principio era incómoda y poco después muy dolorosa. No te dejaban moverte y, si caías, recibías patadas por todo el cuerpo”, señala Morales.
La de la moto consistía en una serie de golpes en el estómago hasta que la víctima caía al suelo, donde seguía recibiendo más golpes, o la tristemente conocida como ruleta rusa también formaban parte de la lista. También a sus compañeros les aplicaban otras torturas como la del santocristo, en la que el detenido debía tumbarse boca arriba, le ataban las piernas, aunque el torso quedaba colgando para que la sangre le bajara a la cabeza, y lo golpeaban con diferentes objetos como toallas mojadas, gruesas guías telefónicas, palos... También aplicaban corrientes eléctricas en el cuerpo cuando estaba mojado, especialmente en los genitales. “Yo formaba parte del sindicato y tenía mucha información comprometida, pero también era un militante convencido, que había aprendido de los compañeros del PSUC cómo resistir y no ceder ante la presión”, destaca. Ramon Morales recuerda que incluso negó conocer a un tío suyo que había sido detenido junto a él. “El mensaje era claro: si estaba dispuesto a no reconocer ni a un familiar, de mí no sacarían ninguna información”, dice. Desde el primer momento, las palizas marcaron el paso de las horas. Lo retuvieron trece días “en unas condiciones infrahumanas y en una celda de 15 m² donde metieron a 25 personas”. Tenían que turnarse para poder dormir estirados y, cuando los llevaron a la Modelo, él y sus compañeros pasaron quince días más incomunicados: “Sin poder lavarnos y con la misma ropa.” Fue en la prisión cuando, con el apoyo del abogado que los asesoraba, cuatro de ellos presentaron una denuncia contra la BPS por malos tratos. “Nos dejaron en libertad el 14 de abril, bajo múltiples acusaciones: asociación ilícita, manifestación no pacífica, alteración del orden público y propaganda ilegal, pero nunca fuimos a juicio, y estoy convencido de que fue porque comprobaron las denuncias que habíamos hecho por torturas”, señala Morales.
Estudiantes, sindicalistas, militantes de partidos ilegales, activistas... Carlos Vallejo y Ramon Morales señalan que la Brigada Político-Social se estructuraba en pequeños grupos especializados en cada colectivo. “Funcionaban como un reloj, con unas técnicas muy depuradas que habían aprendido directamente a principios de los años cuarenta de miembros de las SS y de la Gestapo alemanas”, puntualiza Vallejo. Tanto él como Morales reciben con sorpresa la pregunta de si con el tiempo han conseguido rebajar la rabia, llegar incluso a perdonar.
“¿Perdonar? ¿A una persona que no conoces de nada, a quien no le has hecho nada y que te ha inflado a golpes con la excusa de que recibía órdenes? Eso no se puede perdonar nunca ni tampoco se puede olvidar nunca”, afirma Ramon Morales.
UN CENTRO CON PASADO
El edificio de la comisaría de la Vía Laietana arrastra una larga historia. Lo construyó la familia Rubió i Balaguer en 1878. En 1929, se convirtió en un hotel con motivo de la exposición universal. Dos años después, la Generalitat Republicana ubicó allí la Comisaría General de Orden Público y en 1936 el presidente, Lluís Companys, gestionó desde allí los primeros días de la revuelta militar. Tras la Guerra Civil, en 1941 pasó a manos del Estado, que lo convirtió en la Jefatura Superior de Policía en Cataluña, sede central de la sexta Brigada de Investigación Social, nombre oficial de la Brigada Político-Social. El historiador y comisario de la exposición sobre las torturas del franquismo inaugurada en 2016 en El Born Centre de Cultura i Memòria de Barcelona, Javier Tébar, se muestra decepcionado con la tibia respuesta de las administraciones al recuperar la memoria de la represión. “La gran mayoría de las acciones para recuperar el pasado, por no decir todas, se han generado a partir de las reclamaciones de las entidades sociales”, señala, y añade: “Este tema ha sido menor en la lista de prioridades de los diferentes gobiernos.” Tébar rechaza vincular este silencio únicamente a la controvertida etapa de la Transición. “Después de aquellos años han venido muchos más vividos en democracia y el olvido se ha querido mantener en el ámbito oficial, pero en la sociedad los presos franquistas tampoco eran muy bien vistos al principio”, indica. El historiador considera que, en este caso, “la memoria molesta, porque es una acción de resistencia contra el abuso del poder, pero también es un terreno de conflicto entre colectivos”.
Para Tébar, hoy es aún más necesario un reconocimiento oficial a todas aquellas personas que fueron represaliadas, pero reclama desvincularlo de cualquier rédito o utilización política. “Los gestos simbólicos están muy bien, pero hace falta un paso más hacia todos aquellos comprometidos con la sociedad que se vieron afectados por su defensa de las libertades”, afirma. La tortura estructurada y constante se instaló en la comisaría de la Vía Laietana hasta los últimos años del franquismo. ¿Y después? Javier Tébar hace suyas las palabras del presidente del Tribunal Constitucional Francisco Tomás y Valiente, asesinado por ETA en 1996. “Él decía que después de Franco ya no había torturas sistemáticas en el país, porque la Constitución protegía al ciudadano contra estas prácticas, pero también reconocía que no podía asegurar que no hubiera casos puntuales a cargo de policías que actuaran por libre”, comenta.
DE HÉROES Y VERDUGOS
La lista de personajes conocidos que pasaron por los calabozos de la comisaría barcelonesa es larga y abarca ámbitos muy diversos. Encontramos, entre otros, a Manuel Vázquez Montalbán, Montserrat Avilés, Lluís Llach, Maria del Mar Bonet, Josep Lluís Carod-Rovira, Pascual Maragall, Jordi Pujol, Raimon Obiols, Guillermina Motta, Carles Santos, Quico Pi de la Serra, Gregorio López Raimundo, Anna Sallés y Rafael Subirachs.
En el relato de las torturas que se practicaron en el edificio de la Vía Laietana aparecen repetidamente una serie de nombres referentes a ambos bandos, inevitables para entender mejor qué pasó entre las paredes de la comisaría. Entre las víctimas de las palizas se encuentra Miguel Núñez, político comunista y uno de los fundadores del Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC), y en la fila de los torturadores, Joan Creix, comisario de la BPS de macabro recuerdo. El doctor en ciencias de la comunicación, periodista y especialista en aquella época Antoni Batista es un gran conocedor de la trayectoria de ambos nombres. Conoció y admiró al primero y sobre el segundo escribió un libro: *La carta. Historia de un comisario franquista.* “Núñez se convirtió en un modelo a seguir por parte de los militantes que eran detenidos. Pasó un martirio de treinta y tres días en la comisaría y le practicaron todo tipo de torturas, incluso la de colgarlo esposado de los tubos de la calefacción. No lograron sacarle ninguna información”, dice. Al frente del grupo que lo golpeaba estaba Joan Creix. “Lo recibió con una bofetada, pero cuando terminaron los interrogatorios quiso darle la mano. Núñez no se la correspondió”, reseña.
Miguel Núñez pasó diez años en prisión, pero tuvo el valor de denunciar los malos tratos ante el tribunal y de señalar al responsable. Batista asegura que, superados los 80 años y con una grave enfermedad que acabaría matándolo, confesó que había terminado aceptando que la reconciliación era posible. “Pasó de decir que si se encontraba a Creix por la calle le dispararía cuatro tiros a asegurar que no lo haría”, explica el periodista.
La leyenda de Joan Creix, según el libro de Antoni Batista, se alimentó a menudo de episodios de los detenidos difíciles de corroborar. “De ser considerado por el régimen franquista uno de los mejores policías del país, hacer un curso de métodos policiales con el FBI y ser trasladado con honores al País Vasco, donde continuó con las torturas y castigos ejemplares a los miembros de la primera ETA, acabó siendo cesado en 1974 como ejemplo de apertura de un régimen que ya estaba agonizando”, expone Batista. Joan Creix, que tenía un hermano también policía y torturador en Barcelona, terminó sus días como policía raso sellando pasaportes en el aeropuerto del Prat. El periodista destaca que la documentación de la comisaría aún no es accesible y que está almacenada en el archivo histórico de la policía, en Alcalá de Henares. “Yo tuve la suerte de poder consultar y fotocopiar cientos de expedientes meses antes de que se trasladaran desde Barcelona y cuando estaban amontonados en el antiguo almacén de Casa Vilardell”, asegura.